martes, 5 de abril de 2011

0113

Me había equivocado de nuevo, pero ahora de forma grave. Había vuelto a España para reconciliarme con ella, recuperando mi única y verdadera identidad, y estaba perdiendo el tiempo en Madrid, donde eso y cuando eso ya no era posible. El fracaso de Coalición Democrática no fue lo peor. Lo peor, para mí, fue que los barones de UCD, con Adolfo Suárez a la cabeza, y con el aplauso general (porque todos ganaban con el divide y vencerás), rompieron España en 17 pedazos, dinamitando para ello su propio partido. Sin partido que los comprometiera con la unidad nacional, se fueron a sus respectivos feudos (a sus respectivas Comunidades Autónomas) y fundaron a su imagen y semejanza docenas de pequeños partidos regionales, locales, insulares, autonomistas, separatistas, independentistas, dedicados con ahínco a promover el aldeanismo y a evitar que se siguiera pronunciando y escribiendo la vieja y sonora palabra: España. De repente, los españoles no reconocían que eran españoles, o no querían serlo. Las ideologías (aquello de las izquierdas y las derechas) habían muerto, y la moda era ser o no ser catalán, vasco, murciano, canario, gallego, riojano, extremeño... Los de UCD rompieron la unidad de España, y la consecuente idea de ser español, cuando la propia España quería crecer y fortalecerse, integrándose en la Europa unificada (...), y cuando ETA, el salvaje grupo vascongado, mataba en las calles a más españoles que nunca... Sin la menor posibilidad de ser español en Madrid, o catalán en Barcelona, o valenciano en Requena, o murciano en Cartagena, o andaluz en Cádiz, sólo me quedaba la esperanza de ser canario en algún lugar del archipiélago donde había nacido...