lunes, 4 de abril de 2011

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Sin embargo, ni todo era teatro, ni todo podía aprenderse en la enciclopedia de mi padre, o escuchando a Veremunda. Y con doña Esperanza Spínola, y con su hermana, doña Manuela, yo también acabé aprendiendo artes plásticas, ética, estética, historia, redacción y cosas parecidas, cuando en la Villa de Teguise era difícil de aprender hasta el simple abecedario. Fue por eso, y porque ellas tenían un prestigio y una influencia que las colocaba por encima de las mezquindades políticas y religiosas, que un buen día me descubrí a mí mismo trabajando de amanuense en el ayuntamiento, a la sombra del mismo poder efectivo que seguía respetando a mi padre, sin -por alguna razón- comprometerlo demasiado. Al principio trabajé con el funcionario que se encargaba de las cuestiones de Abastecimiento, controlando, sellando y repartiendo las tristes y famosas cartillas de racionamiento, y conociendo de cerca todo lo que podía conocerse sobre la corrupción que hacía millonarios a los distribuidores oficiales de los artículos de primera necesidad intervenidos. Después colaboré directamente con el secretario interino (que seguía siendo secretario porque era un destacado falangista), pasándole a limpio las fichas que él preparaba para la Guardia Civil, con la información política y confidencial (ideológica) de cada vecino y vecina...