martes, 5 de abril de 2011

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El capitán Henrique Galvão vivía su vida de exiliado en un edificio que todavía se encuentra en la cabecera del Viaducto 9 de Julho más próxima a la rúa de la Consolação. Para llegar a la redacción del Estadão, donde Júlio de Mesquita le había dado un empleo, sólo tenía que andar cincuenta metros. Y el otro exiliado portugués famoso, el "general sin miedo" Humberto Delgado, vivía en el largo de la Pólvora (...), junto a la avenida de la Liberdade (...). Antes de la Operación Dulcinea los dos ya habían mantenido alguna relación política. Pero fue el asalto al Santa María el que hizo pensar a mucha gente que la popularidad de ambos tenía algo que ver con un compromiso único y una única estrategia. Y eso nunca fue verdad. Sus ideas no eran del todo coincidentes, y su relación personal no era buena. Las cosas eran así, y no podían ser de otra manera, porque, en realidad, y sin perjuicio de su formación militar, Henrique Galvão no era otra cosa que un excelente escritor. Y Humberto Delgado, en cambio, llevaba en la sangre la vocación castrense y el instinto político. En las elecciones de 1958 se había presentado como candidato a la Presidencia de la República, compitiendo con Américo Tomás, y sabiendo que iba a perder. Perdió, pero pudo demostrar hasta qué punto podían llegar el fraude y la corrupción del régimen de Salazar. Y esa demostración le permitió seguir diciendo que al dictador portugués sólo se le podía vencer por la fuerza. Cuento lo que estoy contando porque quiero contar que entre Henrique Galvão y Humberto Delgado sí había, pese a todo, una evidente coincidencia que a mí me dio mucho que pensar: el amor a Portugal -el deseo desesperado de regresar con vida al país que los perseguía... Henrique Galvão nunca regresó, porque acabó muriendo en São Paulo, con el mal de Alzheimer, el 25 de junio de 1970. Humberto Delgado intentó el regreso cinco años antes, en 1965, pero no llegó a pisar tierra portuguesa porque fue asesinado por la PIDE, junto a su secretaria Arajaryr Campos, el 13 de febrero, en un lugar olvidado de la extrema Extremadura española, que lleva el nombre de Villanueva del Fresno. Murieron sin poder imaginar -sin ver- la Revolución de los Claveles...