martes, 5 de abril de 2011

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Todavía me cuesta creer que Salvador de la Cruz Santamaría pudiera volver a las Islas Canarias sin despedirse de mí y sin pisar la Estación Enológica, desandando solo y sin ayuda de nadie el complicado camino que habíamos andado juntos. Pero volvió. Y, de vuelta, y para aprovechar bien aprovechada su hermosa maleta de madera barnizada, que de otra forma no le hubiera servido para nada, tomó la decisión de emigrar a Venezuela. Y se instaló por su cuenta y riesgo en Caracas, donde hizo una gran fortuna como comerciante de vinos, sin nunca estudiar Enología... Yo me quedé en Requena, aprendiendo con dificultad lo que me costó entender y nunca practiqué. Como alumno de don Pascual Carrión y Carrión solamente sobresalí catando vinos. Mi paladar poco cultivado -decía él- me permitía detectar las cualidades más ocultas con la misma facilidad que las detectan los felinos que nunca corrompieron sus sentidos comiendo o bebiendo en restaurantes caros. Y fue catando vinos portugueses, bajo la atenta mirada de mi ilustre profesor, cuando la casualidad modificó el rumbo de mi vida. Gané la primera, la segunda y la tercera cata. Y un alumno natural de Funchal, que se expresaba mal en español, se sintió incómodo perdiendo una, y otra, y otra vez. Y me desafió, proponiéndome una cata ciega de vinos de O Porto, por un lado, y de Madeira, por otro. Y le gané reiteradamente. Pero de tanto ganar, con tanta facilidad, dejé muchas veces de escupir los caldos catados, me los fui bebiendo, y acabé borracho... Cuando superé la resaca, en la casa particular donde viví mientras estuve en Requena, me sorprendí, y sorprendí a todos, al descubrir que la lengua portuguesa me resultaba tan fácil de hablar y de escribir como la española... Aquello no tenía explicación, ni la tuvo hasta hoy, cuando sigo hablando y escribiendo en los dos idiomas, pero me sirvió para vivir sintiendo y pensando de otra forma, como si fuese otra persona, o como si tuviese dos almas envueltas en dos gramáticas remendadas.