martes, 5 de abril de 2011

0112

 
Yo fui, legal y administrativamente, uno de los fundadores de Coalición Democrática. Y lo sigo siendo de derecho, porque nadie ha ido al notario, todavía, a revocar los poderes que teníamos los tres "hombres de confianza" (los tres ejecutivos) que entonces coordinaba el abogado José María Ruíz-Gallardón, padre de Alberto. Podría decir muchas cosas, por tanto, sobre aquella aventura política. Pero no voy a cansar al lector, contando lo que mal contaron otros, ni quiero que este libro se aparte demasiado de su razón de ser. Por eso me centro en la esencia. Y la esencia cabe en un único tarro: no había forma, ni humana ni divina, de que lo acordado en mil reuniones se pusiera en el papel y se firmara. Los plazos para llegar a tiempo de las elecciones de marzo se agotaban, y las tensiones por vanidad, rivalidad, incompetencia, estupidez o maldad se hacían cada vez más insoportables. Y entonces no quedó otro remedio que una cena, para el sí o para el no, en la casa de Areílza, en Aravaca: una cena de los tres principales, sólo ellos, para reducir la discusión y las susceptibilidades. Tres, eran tres, en una mesa de cuatro lados iguales. Quien quedara en el centro podría parecer más importante que los que quedaran a la izquierda y a la derecha. La geometría se había peleado con el protocolo. Sin solución posible, la sopa y los ánimos se enfriaron, y la cena estuvo a punto de suspenderse. No se suspendió, porque el camarero contratado para la ocasión tuvo una ocurrencia repentina: cortar la mesa de esquina a esquina, partiéndola en dos triángulos, y servir la comida en uno de ellos con toda naturalidad. Parecía fácil pero era difícil. Pues habría que llamar a un carpintero, y nadie sabía dónde encontrar uno, en Aravaca, a las diez y diez de la noche. Todo parecía perdido, cuando el chófer del conde, que sabía lo que estaba pasando y temía las consecuencias, pidió permiso para sugerir otra solución: arrimar la mesa a la pared, eliminando en la práctica uno de sus lados. No era la solución perfecta, ni mucho menos, porque de todas formas habría un líder sentado entre dos líderes, pero, sin ninguna lógica (como de costumbre), fue aceptada como último remedio, tal vez por el cansancio, tal vez por las ganas de comer. Por eso, tal vez, los resultados en las elecciones del 79 también fueron imperfectos, y hasta un poco ridículos: Coalición Democrática, con tanta soberbia y tanto nombre iluminado, sólo consiguió 9 diputados y 3 senadores. Un desastre.