lunes, 4 de abril de 2011

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Pasaron otros treinta días. Y sólo entonces llegó de Buenos Aires un sobre con ribete de luto, que debía de contener la carta de pésame por la muerte de Madrea. Pero era un sobre sin remite. Y el nombre de mi abuelo Pedro, como destinatario, no estaba escrito con la letra inconfundible de mi tío Perico. Mi padre no pudo contener las lágrimas cuando nos leyó con dificultad y con emoción lo que realmente decía aquella carta. Decía que Perico había muerto. Y, por lo que decía a continuación, supimos que había muerto el mismo día y a la misma hora que Mandrea, él en Villa Maderos, ella en la Villa de Teguise. Los corazones de mi abuela y de Perico, de Perico y de su madre adorada, sincronizados, no habían soportado el dolor de volver a vivir separados por la fría brutalidad del océano.