martes, 5 de abril de 2011

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Mi padre tenía razón cuando decía y repetía que la felicidad se encontraba caminando hacia el norte, siempre hacia el norte, siempre en línea recta. Yo había hecho la prueba y sabía que aquello era verdad: yendo hacia el norte siempre había encontrado alguna esperanza o algún estímulo; volviendo hacia el sur siempre había encontrado dolor. Por eso podía parecer una contradicción que ahora quisiera ir más al sur que nunca. Y así le pareció a mi padre, antes que a mí, que ni siquiera me había dado cuenta. Para él no tenía sentido que me fuera a Brasil, cuando la emigración hacia América Latina se había terminado por completo, y millones de españoles estaban emigrando hacia la Europa próspera, en general, y hacia Alemania, en particular. Pero además -me dijo- mi grave error era especialmente grave, porque la inestabilidad política de Brasil era preocupante, porque el imprevisible presidente Goulart podía ser derrocado o asesinado más temprano que tarde, y, también, porque si se trataba de ser libre, o de sentirme libre, yo no debía de olvidar que América Latina era el paraíso de las dictaduras y de la injusticia, ni que Europa, salvo excepciones, era la reserva mundial de la razón, del conocimiento y del Derecho. El discurso de Maestro Domingo era bastante coherente, pero no me gustó. Y no me gustó, porque era el segundo intento suyo de manejar mi vida, olvidando mi mayoría de edad. Ya me había hecho un daño muy grande presionándome para que me casara con Carolina, y ahora quería presionarme para que hiciera lo que a él mismo le hubiera gustado hacer, pero que jamás haría, por falta de coraje. Y le pedí que me dejara en paz. Y como consecuencia nos dejamos de hablar y de escribir durante una interminable y amarga década... Sin embargo, aquello de las dictaduras y de la injusticia me siguió dando que pensar. Necesitaba encontrar un argumento que justificara mi decisión, y que le restara contundencia a lo dicho por mi padre, y no lo encontraba. Hasta que me vino a la cabeza una retorcida explicación: yo no era ni quería ser un emigrante que emigraba en busca de un simple salario; emigraba por razones más altas y más trascendentes; y durante siglos, muchos europeos ilustres que habían emigrado huyendo de la opresión o de la miseria, se habían refugiado en la América de las dictaduras, de la corrupción y de la violencia; el dato era irrefutable y no podía ser casualidad; y no lo era, porque no era lo mismo una dictadura en el Norte que una dictadura en el Sur; ningún dictador de América Latina había matado nunca más gente que Hitler o que Franco, por ejemplo; y, por otro lado, convenía tener en cuenta que en Europa se vivía sometiéndose a lo ya establecido, implantado y consolidado, y en los países tan extensos y tan poco poblados de América Latina se vivía abriéndose camino: inventando y reinventando la propia vida todos los dias. O sea: en América Latina, y concretamente en Brasil, en la práctica había más libertad individual que en Europa, porque allí casi todo estaba por hacer, y mucho se hacía, y mucho más se podía seguir haciendo.