martes, 5 de abril de 2011

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El senador Orlando Zancaner quería que Brasil me concediese la nacionalidad brasileña como recompensa por algunos servicios que yo le venía presando al país, y, también, porque él sabía de mi desencanto con España y de mis sentimientos encontrados con el ser o no ser canario. Pero había dos problemas: que la ley brasileña era injusta, y que no era verdad que yo pudiese dejar de ser español. En Brasil, hasta hoy, ningún extranjero puede llegar a ser brasileño a secas. Con suerte, lo que se consigue es el reconocimiento de "brasileiro naturalizado", así escrito, con las dos palabras, cada vez que haya que hacer constar la nacionalidad. Y yo me negaba a ser ciudadano de segunda clase, sin derechos plenos ni siquiera para editar un periódico. Y, por otro lado, con pasaporte brasileño o con pasaporte español, lo que no tenía remedio era mi origen. Había nacido en el callejón del Miedo, en la Villa de Teguise, en Lanzarote, en España, y de Teguise seguiría siendo hasta la muerte. El origen era como la paternidad: aunque mis padres no fuesen los mejores, ni los más queridos, eran los únicos que tenía y que podía tener. Esa verdad, en la que nunca antes había pensado, mudó por completo mi proyecto de vida. Si siendo otra cosa no dejaba de ser lo que era, lo mejor sería aprender a vivir con mis propios fantasmas. Y entonces volví, poco a poco, a hablar y a escribir español. Y a comprender que ni siquiera me había escapado del encierro en mi país verdadero. La dictadura me tenía más vigilado y controlado que nunca desde el consulado general franquista, instalado en un edificio azul del largo de Arouche. Allí tenía que ir, queriendo o sin querer, cada vez que necesitaba demostrar a terceros que yo era yo. Y allí tuve que soportar, por lo menos una vez al año, durante algunos años, el desprecio del vicecónsul que actuaba como aprendiz de comisario político, y que me firmaba la cartilla militar. Terrible: me estoy refiriendo al funcionario de Exteriores que tenía una rúbrica que daba miedo (una W atravesada por un rasgo violento que parecía un corte de navaja), y que, con la democracia, llegó a ser ministro socialista, y hasta embajador del reino de España en la ONU.