lunes, 4 de abril de 2011

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Además, las palabras también podían inventarse y reinventarse. Yo mismo, sin ir más lejos, había inventado la palabra paquinto. Y don José Spínola, el hermano de doña Esperanza y de doña Manuela, mis futuras profesoras, llegó a inventar, o cuando menos a descubrir, la palabra pues. Es verdad que, desde siempre, la gente de Lanzarote conocía y utilizaba la palabra pues. Pero era como si no la conociera ni la utilizara, porque se empleaba para decir "pues que suban" o "pues que vengan", por ejemplo, y aquel pues inicial se perdía sin sentido, como si nadie lo hubiese pronunciado. Hasta que don José, un hombre pálido y bien vestido, enfermo de una enfermedad que nadie comentaba, que había leído mucho, y que le había dado dos vueltas y media al mundo, invirtió la forma de hablar: "que suban, pues", "que vengan, pues". Y, con la pausa de la coma, y protegida por el punto final, la palabra pues cobró una importancia y una dignidad que ni siquiera los más cultos habían podido imaginar. El impacto fue tan grande que, hasta hoy, a don José Spínola lo siguen recordando en la isla del viento y los volcanes como Don Pues.