martes, 5 de abril de 2011

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Pero me había olvidado de que en el mundo ya no existían las lejanías. Teniendo un receptor de radio moderno y potente, todo estaba cerca. Y a Parnaíba llegué con la radio puesta y escuchando en directo una noticia espantosa: la muerte de Salvador Allende, la destrucción del palacio de La Moneda, el triunfo de un bárbaro llamado Augusto Pinochet. Era el 11 de septiembre de 1973. América Latina había enloquecido por completo. La propia Parnaíba parecía el escenario de una locura: un infierno de adobe, injusticia, miseria, insalubridad e ignorancia, situado a orillas del paraíso terrenal y asentado sobre un subsuelo podrido, que subía y bajaba de acuerdo con el nivel de las agua del río, que a su vez bajaban y subían de acuerdo con las aguas del cercano océano Atlántico. El Parníba Palace Hotel, donde me hospedé durante algunos días, en verdad parecía un hospital abandonado. En él hacía mucho tiempo que no se hospedaba nadie; sus habitaciones vacías, sus puertas abiertas de par en par, sus ventanas sin cortinas, sus camas sin sábanas ni mantas, daban la sensación de un mundo parado en una época incierta. Por las noches, para poder dormir sin ser comido por trillones de mosquitos agresivos, tenía que meterme en un saco de plástico, en el que amanecía bañado en sudor. Y cuando encontré una casa de mampostería ordinaria, con todas las comodidades, tres cuartos de baño, y hasta un bonito jardín, no pude mudarme enseguida porque, al abrir los grifos del agua, en vez de agua empezaron a salir toneladas de hormigas, que siguieron saliendo durante dos semanas seguidas... Pero me adapté. Conseguí adaptarme con una idea fija en la cabeza: la idea de que nada podía empeorar, porque todo había empeorado demasiado. El Mal había tocado fondo. Después de tanto horror cabía esperar tiempos mejores, porque ya no habría otro 11 de Septiembre como aquel. (Entonces, ni siquiera Henry Kissinger, el increíble Premio Nobel de la Paz de aquel mismo 1973, podía imaginar que los norteamericanos que apadrinaron la tortura y la muerte de tantos chilenos, serían castigados con el 11 de Septiembre de las Torres Gemelas, en el venidero 2001).