lunes, 4 de abril de 2011

0024

No había forma de que la tabla de multiplicar entrara en mi cabeza. Y, para que la aprendiera de una vez por todas, a mis padres no se les ocurrió otra cosa que encerrarme en un cuarto oscuro y vacío, sin colchón ni manta, y con la única comida del almuerzo. Pero no tuvieron en cuenta que con tanta oscuridad yo no podía leer los números de la libreta gris que me acompañaba. En vez de estudiar me dediqué a pensar. Hasta que descubrí la importancia de una puerta que ya no abría, pero que daba a La Plazuela. Por ella no podía salir, ni escaparme, pero sí podía ver lo que sucedía en el exterior, porque seguía teniendo el agujero de la llave donde había tenido alguna vez una cerradura. Por allí, por aquel agujero, y con un ojo solo, yo contemplaba de dentro para fuera, durante horas y horas, la monotonía de mi pueblo triste. Una monotonía que dejaba de existir cuando llegaba la oscuridad de la noche, y que ofuscaba cuando en La Plazuela se intensificaba la luz del mediodía. Entonces, mis ojos no soportaban el reflejo del sol inclemente que caía sobre la tierra seca y polvorienta del exterior, que se metía por el agujero de la llave, y que iluminaba la pared del fondo de mi cuarto oscuro. Tenía que sentarme en el suelo de cemento frío y húmedo, y conformarme con observar los movimientos del polvo en suspensión, atravesado por la claridad de la potente linterna natural. Hasta que descubrí con emoción que había descubierto el cine, desde dentro del cine. Las mujeres, los niños, los perros, los burros y las cabras que andaban por La Plazuela también se movían en la única pared iluminada de mi cuarto oscuro, pero al revés, de cabeza para abajo. Mi emoción se hizo espanto, miedo contenido, cuando en la pantalla de piedra y cal de la extraña sala de proyección apareció un ejército cansado, sin cualquier disciplina, que, sin encontrar resistencia, andando por el techo y arrastrando las cabezas por el suelo, se apoderaba de las calles de La Villa somnolienta, mientras dejaba en el aire unos ruidos nuevos, estridentes, repetidos, que me eran desconocidos.