martes, 5 de abril de 2011

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Con los profesores Kurt Krapf y Walter Hunziker (con el Grupo de Berna) aprendí yo casi todo lo que después, en 1971, me serviría para programar e implantar la primera Facultad de Turismo del mundo, en São Paulo. Aprendí todo aquello después de haber aprendido que Carmelo Santana estaba equivocado. El turismo no era, como él pensaba, la industria del simple beber, comer y dormir. Era la exportación al revés: traer consumidores, en vez de llevar productos. Era el desarrollo de un lugar con el dinero ganado en otro lugar por turistas que volvían a sus lugares de residencia. Y era apasionante, porque, a diferencia de la exportación convencional, también permitía vender lo intangible, lo que seguiría siendo patrimonio público, y lo no almacenable o transportable: puestas de sol, paisajes, pasado histórico, monumentos, clima, sonrisas, emociones, playas, afectos, contrastes, diferencias... Hasta la pobreza, ofrecida con cuidado, podía ser un atractivo para los que vinieran del mundo desarrollado. La desolación volcánica de Lanzarote podría maravillar a los que nunca hubiesen visto el infierno... Kurt Krapf me lo dijo con un convencimiento que me convenció: "No lo dude usted, señor Hernández. Las Islas Canarias serán en breve uno de los destinos turísticos más importantes del mundo. Todo depende de las infraestructuras y de que se sepa contener a tiempo la especulación inmobiliaria". No entendí bien la segunda parte (infraestructuras, especulación) pero volví a Lanzarote sin pensar más en los pros y en los contras. Y volví sin conseguir rescatar los originales (sinopsis, guiones) que había escrito en Cartagena y que seguían en poder de los amigos de Jorge M. del Vallés. De Barcelona me fui llorando, porque allí dejé una buena parte de mí mismo. Me fui sin saber si Cristóbal Colón, desde lo alto de su columna, con su dedo tieso, me estaba expulsando del norte o me estaba señalando los inevitables caminos del sur...
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