martes, 5 de abril de 2011

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Con la familia de Alberto, y en la misma casa, también vivía Diógenes, el hermano soltero y tuberculoso de Consuelito. Flaco y amarillo, Diógenes llevaba más de veinte años tumbado en su camastro, leyendo, y sin salir para nada de su cuarto pintado de azul. Leía sin parar. Había leído (lo tenía apuntado en la pared) 97 enciclopedias completas, 418 libros diversos, 646 novelas, 2.714 revistas, 13.633 periódicos locales, regionales, nacionales y extranjeros, y seguía leyendo todo lo que cayera en sus manos con letras o con números, desde recetas médicas a folletos turísticos, pasando por papeles perdidos, etiquetas grandes y pequeñas, hojas parroquiales, propaganda, avisos oficiales, cuadernos escolares, o cuentas de la farmacia. Pero lo que más sorprendía de Diógenes no era todo eso. Era su forma de alimentarse, única y exclusivamente con sopa de letras. Y, sin comer otra cosa que aquella pasta menuda y desabrida, sin sal y sin nada, siempre tenía diarrea. Una diarrea líquida y traicionera. Y, cuando defecaba, dejaba la bacinilla llena de letras enteras, intactas, como si no hubiese digerido ni lo leído ni lo tragado.