martes, 5 de abril de 2011

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Para estar en Lanzarote sin dejar de estar en el mundo, o, al revés, para estar en el mundo sin dejar de estar en Lanzarote, Carmelo Santana tenía una solución sencilla: el turismo. Trabajando en el turismo -me dijo- yo podría estar en todas partes, sin necesidad de estarme mudando cada dos por tres, ni de perseguir felicidades demasiado localizadas en lugares específicos. Para él, eso era así de fácil. Pero además, lo que me sugería era bastante oportuno, porque, al parecer, España estaba decidida a ser el país turístico más importante del mundo. El Gobierno no paraba de hacer paradores. En el litoral mediterráneo ya eran muchos los hoteles nuevos que se estaban levantando. En el Sur de Gran Canaria íbamos a tener una ciudad completa, nueva, totalmente construida para el turismo. Al Puerto de la Cruz, en Tenerife, ya estaban llegando turistas europeos. A Lanzarote se podría ir en avión desde que hicieran el aeropuerto que estaba previsto. Con tantas profecías iban a sobrar las oportunidades y a escasear los recursos humanos con un mínimo de preparación. Pero -decía Carmelo Santana- mi éxito dependía de dos cosas: de mi rápida conversión turística (para adelantarme a la inevitable competencia profesional emergente), y de mi fuerza de voluntad para alejarme del arte y de los artistas ("para poner los pies en el suelo"). "Cuando alguien se considera actor, por ejemplo, y se dedica a interpretar vidas ajenas, o a soñar sueños imposibles, es que no está bien de la cabeza. Con vivir la vida propia ya tenemos bastante" -me dijo con convicción y naturalidad, como si dijese la cosa más sabida y más acertada.