martes, 5 de abril de 2011

0111

 
Tanto Fraga como Areílza odiaban a Adolfo Suárez, presidente del Gobierno y líder de la Unión de Centro Democrático, porque, habiendo salido de la oscuridad falangista, los había dejado fuera de juego cuando el rey Juan Carlos lo escogió para implantar la democracia. Y Alfonso Osorio (que había sido la mano derecha del presidente Suárez en esa tarea de democratizar España), se había distanciado del mismo "para recuperar la libertad". Lo lógico no era fácil, pero era obvio: unir las tres cabezas en una coalición, ocupar el centro derecha político desplazando al "muchacho de Ávila", y consolidar la democracia teniendo por oposición al centro izquierda (para no hablar de socialismo) encabezado por Felipe González. Para eso, Manuel Fraga ya tenía bastante implantado el proyecto de Alianza Popular. Y Osorio intentaba implantar con alguna dificultad, aunque con mucho empeño, el Partido Demócrata Progresista. Pero José María de Areílza (un mal estratega y un pésimo organizador) no había ido más allá del constante ofrecimiento de su solitaria ambición, desde su florido despacho de la plaza de la Lealtad. El conde tenía, por tanto, que fundar con urgencia su propio partido, o afiliarse (cosa impensable) al de Fraga. Y fue entonces cuando surgió la idea de Acción Ciudadana Liberal, que yo ayudé a poner en práctica en unas oficinas espectaculares, alquiladas por Antonio de Senillosa a precio de oro en la calle de Lagasca, subiendo a la izquierda. Imaginen: un batallón de gente borracha de delirios de poder anticipado, instalada en el lujo más tapizado y más caro, haciendo un partido político que nunca fue un partido, sino una carpeta de cartulina roja que todavía está en mi poder... Llamaban por teléfono al amigo más amigo, o al pariente más allegado, de cada capital de provincia; y le pedían permiso para usar su nombre como secretario provincial de ACL; y si aceptaba (y había muchos que aceptaban a la primera) le encargaban una lista, con los nombres de unos cuantos conocidos que estuviesen dispuestos a figurar como miembros de un supuesto comité provincial; y cuando, en pocas semanas, consiguieron cincuenta "comités", prepararon la tal carpeta roja; y con la carpeta roja (roja, qué casualidad) fueron a pedir dinero a bancos y a ricos demócratas de última hora, y a proponerle a Fraga y a Osorio, ahora de forma solemne, sin perder la compostura ni la vergüenza, la constitución definitiva de la muy discutida y esperada coalición, que, claro está, se llamaría Coalición Democrática.