martes, 5 de abril de 2011

0083

Podría decirse que la carrera de Ignacio F. Iquino había comenzado por vuelta de 1935, cuando rodó Toledo y El Greco, el documental que le dio fama, y que dos décadas después despertaba la atención de los verdaderos entendidos en desarrollo turístico. El gran problema que planteaba el desarrollo turístico de España era la comunicación. Por un lado no había libertad de prensa. Por otro, había que decirle al turista, en su país de origen -que podía ser Francia, Suecia o Alemania-, lo que podía encontrar en Sevilla, en Toledo, en la Costa Brava o en El Escorial. Conciliar la censura interna con la información externa no era cosa fácil. Por eso existía el Ministerio de Información (...) y Turismo. El mismo ministro que en territorio nacional impedía decir la verdad a los periódicos, a la radio y al cine (...), era el encargado de atraer la demanda turística extranjera. Y debía atraerla con recursos escasos. No había medios universales, ni dinero para cubrir el mundo con publicidad. De ahí el interés por los documentales cinematográficos. Con independencia de su costo, a los documentales se les podía sacar mucho partido, porque se podían proyectar muchas veces, en muchos lugares, de distinta manera, doblados o no, censurados o no... Y, un día, Iquino recibió en mi presencia, en su despacho del Paseo de Gracia, la visita de un genio: Kurt Krapf, el profesor de la Universidad de Berna que había escrito La consumición turística, el libro que muchos consideraban (y consideran) la biblia del turismo moderno. El profesor suizo, por entonces muy interesado en el desarrollo turístico racional de España, quería saber si el cineasta catalán estaba en condiciones, sí o no, de resolver el problema fundamental de la comunicación turística, produciendo documentales parecidos, en técnica, estilo y tamaño, al de Toledo y El Greco.