martes, 5 de abril de 2011

0079

Carmelo Santana, grancanario de Agaete, trabajaba en la recepción del Hotel Colón, en la avenida de la Catedral, en Barcelona. Hablaba correctamente once idiomas y tenía amigos en todos los hoteles y restaurantes de lujo de la ciudad, porque ya había trabajado en casi todos ellos, y porque hacía muchos años que no conseguía dormir. Del Hotel Colón salía cuando su reloj de oro marcaba las 12:00 en punto de la noche, y, en vez de ir a descansar, iba a vivir una extraña vida nocturna, peregrinando por la Barcelona que seguía despierta, o frecuentando el lujoso apartamento de La Marquesa, que era una marquesa de verdad, dedicada a facilitar encuentros caros entre hombres ricos y mujeres bonitas. Por lo que estoy contando es fácil deducir que Carmelo Santana y yo no nos parecíamos en nada, ni teníamos nada en común. Pero, por alguna razón, él había sido muy atento conmigo, y hasta generoso, cuando llegué a la Ciudad Condal y tuve que encontrar una pensión decente y barata. Y ahora, sintiéndome de nuevo solo y desorientado, su nombre me vino a la cabeza. Lo llamé por teléfono, quedamos en vernos a las 00:30 en un bar que por casualidad estaba al lado de la comisaría de la Vía Layetana, y allí nos vimos diez minutos antes de lo previsto. Pero no llegó solo. Llegó acompañado del sereno que cuidaba de la seguridad del vecindario con un manojo de llaves, un pesado bastón, una linterna y un silbato. "Subamos", me dijo Carmelo a modo de saludo, seguro de sí mismo, sin esperar por mi apretón de manos, y sin prestar atención a lo que yo decía. Atravesamos la calle, el sereno nos abrió la pesada puerta de un edificio con detalles modernistas, subimos en un ascensor forrado de espejos y de terciopelo, y nos encontramos -era evidente- en el piso de La Marquesa. Que era como si fuese el piso de Carmelo. Pues nadie impidió que entrásemos en un pequeño despacho privado, corriésemos las cortinas, y nos sintiésemos rodeados de comodidad, seguridad y atención. "Esto es lo que parece -me explicó Carmelo mientras se quitaba la chaqueta y se aflojaba la corbata-, pero no es lo que estás pensando. Yo no vengo aquí a buscar mujeres. Vengo porque colaboro con la marquesa como intérprete y como encargado de los contactos con los hoteles". Y me cedió la palabra: "Cuéntame". Y entonces le dije la verdad: que me sentía derrotado; que necesitaba ayuda, porque me había ido de Lanzarote y las circunstancias me estaban obligando a volver; que no sabía cómo alcanzar la felicidad, porque cuando la descubría e iba hasta ella, ella desaparecía o mudaba de lugar...