martes, 5 de abril de 2011

0081

Nunca dejé de sentirme medio autor, medio actor. Pero en aquel momento no podía ignorar lo que Carmelo Santana me decía y le pedí que fuese él mismo el artífice de mi "conversión turística". Y nos pusimos de acuerdo para empezar por el principio: por aprender a gestionar una cafetería importante, practicando. La idea podía parecer disparatada, porque se trataba de practicar como jefe, y no como subalterno, sin ninguna experiencia previa, y cuando en las calles sobraba gente buscando trabajo. Pero en España se triunfaba más por recomendación que por preparación, y Carmelo era muy amigo del propietario de la Cafetería Texas, instalada en la calle Caspe, enfrente de Radio Barcelona. Allí necesitaban con urgencia de un gerente que se hiciera cargo del tercer turno (el nocturno). Y me ofrecieron aquel empleo, porque sí, por sorpresa, "seguro que es para ti", con la única condición de que fuera a ver al dueño después de la medianoche, sin falta, en la propia cafetería. Y fui. Fui solo, para no sentirme demasiado manipulado o protegido, y fui con el cuello de la camisa desabrochado, y con el nudo de la corbata flojo, un poco caído, para parecer duro, y hasta desagradable. El propietario me estaba esperando junto a la mesa en que había terminado de cenar con Joaquín Soler Serrano, el famoso locutor, y me recibió enseguida. Pero tardó casi dos minutos en dirigirme las primeras palabras, después de observarme con detenimiento y decepción. "Lo siento mucho, señor Hernández -fue lo que me dijo-, pero nuestro amigo Santana no debe de haber entendido bien. Lo que yo necesito no es un contable, ni un cajero, ni un jefe de personal o de seguridad. Necesito una persona culta, elegante y simpática, moderna, que, sustituyéndome a mí, sea capaz de mantener la misma relación personal que yo mantengo con esos clientes que usted ha visto en el salón y en la terraza: artistas de cine y de teatro, locutores, periodistas, bailarinas, escritores, políticos, empresarios, militares, futbolistas... Yo pensé que usted era esa persona cuando Carmelo me habló de su experiencia literaria y de sus contactos con el cine. Pero con esa corbata, señor Hernández...".