martes, 5 de abril de 2011

0091

España quería que me fuera, pero el gobierno español no me daba el pasaporte para irme. Descubrir que la dictadura, además de ficharnos y vigilarnos, no nos dejaba salir del corral nacional, fue para mí una sorpresa traumática. Los españoles no éramos dueños de nuestras vidas. El poder que nos manejaba nos trataba a todos como a niños sin criterio ni responsabilidad, y de ese poder dependía que pudiésemos jugar un poquito, o no, a movernos por el mundo. Y yo, que tanto sabía de saltarme la ley a la torera, esta vez no encontraba la forma de obtener un visado de salida. Lo obtuve gracias a la ayuda de Paulino Dornelles de Freitas (que por casualidad estaba regresando a su país, después de muchos años en Canarias, para incorporarse a un nuevo empleo en el Itamaraty) y al empeño político y personal del propio presidente Goulart.