martes, 5 de abril de 2011

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Nicola no se llamaba Nicola. En realidad se llamaba Nicolás García Padrón, y era el mismo hombre desesperado que yo había conocido en la casucha de lo más alto de la calle Milagro, en el Risco de San Nicolás, en Las Palmas de Gran Canaria, cuando, de madrugada, mi tío Alberto fue a llevarle un sobre con dinero y me llevó con él. Lo que sucedió después fue una tragedia: Nicolás y su hermano Agustín, con sus respectivas mujeres y sus siete hijos en total, tres varones y cuatro hembras, la menor de sólo tres años de edad, consiguieron atravesar con todo su equipaje el barrio de Vegueta, antes de que amaneciera; consiguieron llegar hasta la playa de La Laja; consiguieron robar el barco de pesca que tanto habían observado (el Esperanza); y consiguieron huir hacia América, navegando a vela, dándole la vuelta por el este a la isla de Gran Canaria. No comieron ni durmieron hasta que no perdieron de vista el pico del Teide y el archipiélago se humdió en el horizonte. Y cuando se sintieron a salvo en medio del Atlántico, centraron toda su atención en no perder el rumbo que los llevaría rectos hasta Maracaibo. Pero con el  pasar de los días y las noches fueron perdiendo la noción del tiempo. Y con la falta de abrigo y de descanso, de agua y de comida, fueron perdiendo la salud. Y cuando un temporal les destrozó la vela y les partió el palo, se quedaron a la deriva... Vencidos, sin más fuerzas ni recursos, se abrazaron en un abrazo colectivo y resignado, se taparon con las mantas que llevaban, y dejaron que la muerte llegara, inevitable y silenciosa, cuándo Dios quisiera... Hasta que, pese al agotamiento, y bajo un calor sofocante, tuvieron la impresión de que el Esperanza había encallado. No se movieron, porque no tenían fuerzas para ello, ni hablaron, ni gritaron, pero sí lloraron de alegría, al sentirse, según todos los indicios, en una bendita playa venezolana... La sorpresa no pudo ser mayor, ni más dolorosa, cuando fueron descubiertos y atendidos por unos pescadores del pueblo de Araioses, y consiguieron saber toda la verdad: estaban en la Ilha das Canárias, en el delta del río Parnaíba, Nordeste de Brasil; Encarnación, la mujer de Nicolás, había llegado muerta; Conchita, la hija menor de Agustín, había desaparecido durante la travesía... Pagaron un precio asustador para ir de la isla española de Gran Canaria a la isla brasileña de las Canarias, arrastrados por los vientos y las corrientes del Atlántico...