martes, 5 de abril de 2011

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Me casé con Carolina, compré el palacio que había sido de don Domingo Cancio (en la plaza, enfrente mismo de la iglesia principal y del caserón de dos pisos de mis padres) y en él instalé el primer restaurante turístico de La Villa, poniéndole el nombre guanche que Teguise había tenido: Acatife. Como el inmueble era grande, transformarlo poco a poco en hotel no sería difícil. Sin darme cuenta, estaba iniciando mi "conversión turística" dejándome llevar por el pensamiento de Carmelo Santana (beber, comer, dormir) y no de acuerdo con la lógica de Kurt Krapf (traer turistas). Las consecuencias no tardaron en dejarse sentir: las mesas del Acatife fueron ocupadas de la mañana a la noche, y de lunes a lunes, por los desocupados que perdían el tiempo jugando a las cartas, fumando y escupiendo, sin gastar una peseta, en los oscuros y sucios bares del pueblo; borrachos de Arrecife, y de toda la isla, entraban sin permiso en mi propio dormitorio y orinaban encima de mi cama de matrimonio; el periodista Guillermo Tortosa, director de Altura, el único semanario de la isla, pretendía comer y beber sin pagar; los especuladores inmobiliarios, que ya existían, no me perdonaban el "perjuicio" que yo les había causado con la compra inocente y precipitada del palacio. Con todo aquello, el desamor se agrandaba. Y las noticias que me llegaban de Barcelona no eran buenas. Algunas me las llevaba el único turista que sí fue cliente del Acatife, y que acabó siendo mi amigo: Paulino Dornelles de Freitas, cónsul general de Brasil en Las Palmas de Gran Canaria, amigo de infancia del entonces presidente Jango Goulart, y pariente del ex presidente Getúlio Vargas. Paulino me dijo una vez, entre otras cosas preocupantes que ya me había dicho, que intelectuales brasileños como João Cabral de Mello Neto, muy relacionados con los ambientes culturales españoles, habían descubierto que en el cine español había un peligroso tráfico de influencias: algunas obras eran plagios evidentes; y cuando los autores verdaderos denunciaban la evidencia, a veces eran perseguidos políticamente por el Ministerio. No era mi caso, pensé al principio, pero enseguida me sentí aludido, porque mi experiencia como redactor de fichas comprometedoras había sido grande, y con la experiencia presentía el peligro. Algunos artículos publicados en La Vanguardia y en el Diario de Barcelona me sonaban a cosa sabida. Algunas películas premiadas en festivales internacionales, como el de Mar del Plata, se parecían mucho a guiones escritos por mí. Una mañana, cuando abrí la puerta de Acatife (que también era la puerta de mi domicilio de hombre recién casado) encontré una cuartilla con un recado escrito a mano, con letra deformada y tinta roja: "QUIEN TE HA VISTO Y QUIEN TE VE - ERAS DE LOS NUESTROS Y AHORA ERES DE LOS ENEMIGOS DE LA PATRIA - TOMA CUIDADO".