martes, 5 de abril de 2011

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Lo que más me impresionó cuando volví a Madrid fueron las sombras. En Parnaíba, con el sol siempre a plomo, no había sombras inclinadas. Y en la capital de España, en diciembre, el sol amarillento proyectaba sombras casi horizontales. En la calle de Velázquez, los edificios de un lado oscurecían con sus sombras alargadas los del otro lado. Y recuerdo la calle de Velázquez, porque fue allí, subiendo a la izquierda, donde fui a ver a Manuel Fraga Iribarne, que por entonces se dedicaba por entero a la difícil tarea de crear Alianza Popular. Lo fui a ver, después de anunciarle mi visita por escrito y por teléfono, para ofrecerle de forma incondicional, leal, en aquel momento clave de su carrera política, toda la experiencia que en materia de Comunicación yo había adquirido trabajando en importantes instituciones públicas y privadas, y en grandes empresas editoras, de distribución, y de transporte aéreo. En mi incurable ingenuidad, lo que yo quería no era otra cosa que participar (dejar de sentirme excluido). Pero no podía pensar que a un político moderno y democrático (el que más había modernizado España con el increíble desarrollo turístico y con la Ley de Prensa), ahora tan necesitado de comunicarse mucho y bien, no le pudiera interesar la Comunicación. Y debí pensarlo, para no sentir la decepción que sentí cuando don Manuel me recibió después de dos horas de espera. Me saludó de pie y con prisa, como si no me conociera de nada ni nunca me hubiera mandado libros, cartas y proyectos; no me dejó abrir la boca; llamó a la secretaria y le dijo que lo mío era con Perales; y cerró la puerta, dejándome en el pasillo, con la mano tendida y sin ningún adiós... El tal Perales era un hombrecillo insignificante, en todos los sentidos, que, con el tiempo y muchas traiciones, llegaría a tener mucho poder en la España de la Transición. Sin nada que hacer en su despacho grande y vacío, de techos altos, con la calefacción al máximo, y con el retrato de Franco todavía colgado a sus espaldas, me recibió como quien recibe al bobo del pueblo, para divertirse contándole disparates. Y, hablando por los codos, me contó que, con toda seguridad, Fraga sería el próximo presidente del Gobierno; que estaban trabajando para tener el mejor partido político de la derecha europea; que, por eso mismo, no querían parecerse en nada a los partidos de América Latina, ni tenían interés en recibir influencias políticas que no vinieran de los grandes países del Viejo Continente. "Le agradecemos su visita -me dijo, como si dijera algo estudiado y aprendido de memoria-, y le deseamos suerte en su regreso a España, al mismo tiempo que le pedimos, por favor, que comprenda que ahora mismo no tenemos nada que ofrecerle, ni como político, ni como especialista o asesor, contratado o no. Usted, señor Hernández, reconózcalo, parece un sudamericano. Habla, piensa y escribe, y hasta se viste, como un sudamericano...".